viernes, 29 de noviembre de 2013

De adentro hacia afuera

Como creyentes y cristianos unidos a la Iglesia corremos el peligro de que nuestra “adoración” se limite solo a expresiones externas y manifestaciones vanales; y aunque esto puede ser consecuencia de la rutina eclesiástica, es indudable que dentro de un cristiano “de adoración superficial” hay un cristiano cuyo espíritu está apagado y su corazón lejos de Dios. No podemos justificar nuestra apatía hacia Dios tratando de culpar al estilo de adoración de la Iglesia, al cansancio físico de la semana, o a la necesidad de ver algo nuevo; nuestra adoración no debe ser circunstancial ni condicional, sino fruto de un corazón que anhela al Señor y que se rinde en cada oportunidad para expresar amor y deseo por su presencia.

El Salmista en el 19:14 levanta una oración a Dios a fin de que este tome control de su vida y su adoración al punto de que todo lo que diga y sienta agrade al Señor, veamos:

“Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía y redentor mío”. Salmo 19:14 RV60

Nota que el adorador no solo debe buscar que lo que salga de su boca sea como dulce poesía, sino que debe anhelar que aún lo guardado en su corazón y ese mover interno del espíritu sea agradable ante Dios, es decir, el Padre anhela adoradores que no solo le honren de labios, sino que tenga su corazón cerca de El, lleno de su presencia.

No tiene sentido tratar de engañar a Dios con lindas expresiones cuando hay un corazón sin pasión y sin anhelo por El; pero ojo, no trato de decir que la opción es no adorar si crees que tu relación con Dios esta fría, lo que intento decirte es que si crees que has estado solo cantando pero tu corazón ya no busca a Dios, ora fervientemente como David y clama pidiendo que el fuego de Dios se vuelva a encender en ti para que “los dichos de tu boca y la meditación de tu corazón sean agradables delante de El…

La mejor ruta de la adoración es: del corazón, hacia la boca y directa a su presencia.

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