Como creyentes y cristianos
unidos a la Iglesia corremos el peligro de que nuestra “adoración” se limite
solo a expresiones externas y manifestaciones vanales; y aunque esto puede ser
consecuencia de la rutina eclesiástica, es indudable que dentro de un cristiano
“de adoración superficial” hay un cristiano cuyo espíritu está apagado y su
corazón lejos de Dios. No podemos justificar nuestra apatía hacia Dios tratando
de culpar al estilo de adoración de la Iglesia, al cansancio físico de la
semana, o a la necesidad de ver algo nuevo; nuestra adoración no debe ser circunstancial
ni condicional, sino fruto de un corazón que anhela al Señor y que se rinde en
cada oportunidad para expresar amor y deseo por su presencia.
El Salmista en el 19:14 levanta
una oración a Dios a fin de que este tome control de su vida y su adoración al
punto de que todo lo que diga y sienta agrade al Señor, veamos:
“Sean gratos los dichos de mi
boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía y
redentor mío”. Salmo 19:14 RV60
Nota que el adorador no solo debe
buscar que lo que salga de su boca sea como dulce poesía, sino que debe anhelar
que aún lo guardado en su corazón y ese mover interno del espíritu sea
agradable ante Dios, es decir, el Padre anhela adoradores que no solo le honren
de labios, sino que tenga su corazón cerca de El, lleno de su presencia.
No tiene sentido tratar de
engañar a Dios con lindas expresiones cuando hay un corazón sin pasión y sin
anhelo por El; pero ojo, no trato de decir que la opción es no adorar si crees
que tu relación con Dios esta fría, lo que intento decirte es que si crees que
has estado solo cantando pero tu corazón ya no busca a Dios, ora fervientemente
como David y clama pidiendo que el fuego de Dios se vuelva a encender en ti
para que “los dichos de tu boca y la meditación de tu corazón sean agradables
delante de El…
La mejor ruta de la adoración es:
del corazón, hacia la boca y directa a su presencia.